Para William Shakespeare, gran actor y director de teatro en
tiempos de la renacentista Inglaterra isabelina, “La vida es
como un cuento relatado por un idiota; un cuento lleno de palabrería y frenesí,
que no tiene ningún sentido”. Una frase que adquiere connotaciones casi explícitas si se
tiene en cuenta la hipótesis de que Shakespeare no haya sido en realidad el
autor de las obras inmortales cuya dramaturgia se le adjudica (incluida esta
frase), sino que quizás haya interpretado, como otro rol actoral, ese papel
para hacer de testaferro del Conde de Oxford, quien por razones políticas no
podía adjudicarse esos textos.
Lo
cierto es que el arte siempre es una especie de “anomalía en la Matrix”, es una
tenaz búsqueda de sentidos en una realidad que no siempre se atiene a las
armoniosas pautas de belleza y simetrías, de copyright humano. Es un artificio
hecho-a-mano en el que los humanos no necesariamente “imitan a Dios”, si se
tiene en cuenta, como en la paradoja de Shakespeare-Conde de Oxford, que quizás
sean los hombres quienes hayan “inventado a Dios” como su más perfecta obra de
arte. Y a la perfección como su más inquietante relato de ficción.
Para
la artista plástica y actriz Griselda Álvarez, el arte visual, parafraseando la
famosa definición bélica de Von Clausewitz, es algo así como “la continuación
del teatro por otros métodos”. En sus óleos sobre acrílico y en su más reciente
serie “Hojas”, de dibujos resueltos con lápiz, Rötring y marcadores de colores
sobre hojas de cuaderno, en una alquimia de sentidos sublime, transformando la
sencilla materia de los juegos
infantiles en imperecederas obras de arte, Álvarez desenmascara las almas de
los personajes retratados, aunque parezca envolverlos en el vestuario y
maquillaje de su aparente rol en esa comedia de la vida que creen interpretar.
Griselda refleja la tensión entre autonomía y destino
inexorable de esos seres humanos de carne y hueso que muchas veces eligen creer
que son marionetas de una tragedia griega en la que los dioses manipulan sus
destinos. Y en sus dibujos puede percibirse la paradoja de que incluso esas
tragedias griegas deterministas han sido concebidas por seres humanos con libre
albedrío.
“Me gusta mirar, observar
gente. Pinto gente. Siempre me interesaron las personas, sus miradas, gestos,
sus sueños, anhelos, miedos. Descubrir sus secretos, eso que esconden a
veces, y los vuelve únicos. Pintar gente es pintar retratos, me dijo un
querido amigo crítico de arte, y abrió un mundo nuevo para mí”, dice la artista para
definir su estilo tan reconocible en su humanidad y en el consecuente artificio
que surge de esa condición.
Para
ella, “Pintar un retrato es un proceso
muy intenso de conocimiento mutuo con el modelo de la obra. Es contar una
historia. Hablar, desde la imagen del personaje de su tiempo, de su forma
externa e interna y de sus emociones”.
Y
sus dotes actorales resurgen desde sus manos, pinceles y lápices cuando, en ese
proceso, elige “mostrarle al espectador y
al modelo quién es a través de la mirada del artista. Transformar y
transformarme en cada retrato, cambiar de punto de vista, mezclar, descubrir,
jugar a ser otro mientras dura el proceso, personificar como en el escenario
los actores”.
El
secreto de sus ojos sale a la luz en cada obra de arte de Griselda Álvarez.
Tanto el de las historias que sus personajes cuentan a través de las miradas,
como en la “dramaturgia” inconsciente que esta extraordinaria artista concibe
al reflejarlos a través de su propia mirada sobre ellos.
Un arte exquisito y a la vez dotado de una elegante rebeldía, que encuentra sentidos en esa imagen silenciosa de la esencia humana, que habla con los ojos para relatar historias sin vocinglería,aportando nuevas y deliciosas “anomalías de la Matrix”.
Un arte exquisito y a la vez dotado de una elegante rebeldía, que encuentra sentidos en esa imagen silenciosa de la esencia humana, que habla con los ojos para relatar historias sin vocinglería,aportando nuevas y deliciosas “anomalías de la Matrix”.
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Con alegría doy la bienvenida a Sergio Varela, crítico de arte, crítico de jazz, lector consuetudinario, cinéfilo, escritor multifunción, amigo fuera de serie.
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