La artista
plástica argentina María Del Mar Monty deslumbra al público europeo con sus
collages en los que combina texturas abstractas con imágenes muy humanas y
conmovedoras
“Creo que mi estilo creativo está íntimamente relacionado con la posibilidad de transformación, de mejorar. El arte es eso, tomar la realidad y modificarla desde una creación donde la belleza a su vez logre conmover y transformar al espectador”, dice María Del Mar Monty, una consagrada artista plástica nacida hace 40 años en Pinamar, que desde hace varios años reside en el simétrico paisaje del elegante balneario de Brighton, al sur de Inglaterra. A los 12 años, comenzó a improvisar sus primeros collages en su casa emplazada en el centro de la aldea de mar, y esa reminiscencia de la mirada infantil se mantiene en sus obras actuales, exhibidas con éxito en galerías de Berlín y Barcelona.
Se dice desde
el derrumbe del Muro de Berlín, cuando Francis Fukuyama anunciaba “el fin de la
Historia”, que transitamos una época llamada “posmodernidad”. Y se dice también
que “el arte de la posmodernidad es el patchwork
(collage)”, ya que a consecuencia de ese final de la Historia, no queda nada
por inventar, y sólo es posible combinar lo ya existente creando una nueva
forma a partir del ensamble de esas piezas de lo concebido previamente.
María del Mar
Monty transgrede esos límites, aun cuando parece acatarlos por la técnica
elegida. En realidad, el collage, en ella, es un subterfugio para convertir el
arte digital en analógico. En tiempos donde todo está informatizado, Monty
reproduce la lógica de los pixeles de computadora con recortes de páginas de
revistas pegados a mano con boligoma. Una sencillez al servicio del arte con
mayúsculas que recuerda la obra de la dibujante Griselda Álvarez, autora de
extraordinarias piezas artísticas resueltas con marcadores Sylvapen sobre hojas
rayadas de cuaderno. Pero no sólo en los materiales la artista pinamarense
transmite un mensaje esperanzador, también en las figuras que emergen en medio
de las texturas, como un alegato visual en el que lo humano sigue dando
testimonio de su Humanidad, atenazada por la abstracción de contextos,
circunstancias y adversidades que atraviesan y esfuman diferencias culturales o
geográficas y son comunes a todos los homo sapiens globalizados.
Hay una mezcla
de asombro y juguetón sentido del humor en sus cuadros, como en una “joconda”,
una jocosa Gioconda resuelta en forma de collage y que resulta una mezcla de
sosías del legendario personaje de dibujos animados Betty Boop con un solapado
autorretrato de la autora, titulado “La sonrisa imposible”.
La obra de Monty es profundamente esperanzadora, y merece visualización en
tiempos difíciles como los actuales, a través de su página web www.mariamonty.com. Sus collages son un reflejo
desde el arte visual de la posibilidad de transformar una banal nota de revista
dominical en la mirada desgarrada de una persona de carne y hueso luchando con
sus demonios. Una transformación alentadora que sintetiza en una imagen, pero
desata múltiples interpretaciones (“me gusta que el espectador pueda entender
de muchas maneras lo que ve, a diferencia de la figuración o la fotografía, donde
el artista casi que impone un discurso único. Prefiero que se transmita la
posibilidad de encontrar algo más que lo que se percibe a simple vista”, dice
la artista en una invitación a indagar más allá de lo aparente en todos los
órdenes de la vida, sobre todo en lo público y mediático). Un arte que recuerda
un sabio concepto del dramaturgo y líder político checo Vaclàv Havel:
“Esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la convicción de que algo saldrá
bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, más allá del resultado”.
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